Hoy quiero platicarles un poco de mi segundo parto, así es, el segundo de cuatro. Y quiero platicarles en especial de ese parto porque precisamente en ese segundo embarazo mi fular jugó un papel muy pero muy especial.
Planeábamos el segundo embarazo y sin realizar prueba alguna sabía que estaba embarazada. Tan solo pensar y recordar aquellos momentos me llenan de inmensa alegría, el saber que llevaba un bebé dentro de mí aún me produce electricidad. Aunado a la gran noticia de un nuevo integrante en la familia venían las preocupaciones de los primeros cuidados y todo lo que involucra un embarazo, pero sobre todo la decisión de: ¿Cómo deseábamos tener a nuestro bebé? Y es que en nuestro primer embarazo hubo dolor post-parto y en mi quedaba algo de aquel amargo recuerdo. Sin embargo, ese mal momento era opacado cuando recordaba el amoroso acto de parir, el momento de la gran recompensa al tener a mi beba en brazos.
La decisión debía tomarse y reconozco que había algo de miedo en mí. Pero también me preguntaba ¿qué parto hay sin dolor?, ¿Por qué huir del dolor si es parte del camino para dar a luz?, ¿acaso no es necesario el dolor para que el cuerpo se prepare, se transforme para la gran llegada?, ¿acaso iba a renunciar a mi experiencia de parir sólo por miedo al dolor, de luchar madre y bebé por la vida? Y mientras pensaba qué decisión tomar, todas estas preguntas y más revoloteaban en mi cabeza.
Si bien es cierto el miedo, el dolor, el amor, la euforia, el éxtasis, el placer, la esperanza, el goce, el deseo, la satisfacción, la alegría, la tranquilidad son inherentes al ser humano también lo son al acto de parir. Una locura de sentimientos, sensaciones, emociones. ¿Quién querría perderse de esto? Así que, con todo el optimismo, decidí tener un parto natural, totalmente natural.
Salimos en busca de nuestra amada partera, quien se encuentra en la sierra sur de Oaxaca. Ella nos brindó todo su apoyo y llenó de amor y tranquilidad nuestro embarazo. Nos gustaba llegar caminando, internarnos en el bosque y caminar hora y media aproximadamente hasta llegar a la Casa Luz. Conforme pasaban los meses más crecía mi vientre y aquellas caminatas tuvieron que ser sostenidas con la ayuda del fular. Lo amarrábamos de tal forma que el fular terminaba cargando mi panza y fortaleciendo mis vértebras lumbares. Una maravilla pues gracias a él pudimos seguir disfrutando de aquellas caminatas y estar en contacto con la naturaleza.
Cada vez se acercaba el gran día y nosotros comenzábamos a preparar una linda bienvenida para el bebé. Simplemente seguimos nuestros instintos y trabajamos primero en acondicionar espacios en casa, en la ropa, en provisiones, en concentrarnos hasta que nos vimos terminando el nido un día antes de su llegada.
Fue en la noche del 24 de febrero, noche de luna llena en que comenzaron pequeñas contracciones que durante meses atrás había tenido pero esta vez comenzaban a ser uniformes y aparecían con cierta exactitud de tiempo, así que comenzamos a tomar tiempo hasta que sentimos que era el momento de mandar a traer a la partera. Mientras ella llegaba yo tome un baño de agua muy caliente y pensaba en que se acercaba el gran momento, me sentía muy contenta. Cuando llego mi partera mis contracciones habían parado y yo estaba realmente desconcertada, eran las cuatro de la madrugada y lo mejor fue regresar a descansar. Estaba un poco decepcionada pues ya quería conocer a mi bebé y tenerlo en mis brazos, sin embargo, el cuerpo es muy sabio y por algo me pidió descansar. A la mañana siguiente, desperté y estaba desilusionada pues no tenía contracciones. Desayune abundantemente y cuando me levante a dejar mi plato llegó una contracción, ¡que emoción sentí! Así que, sin pensarlo, y nuevamente siguiendo mi instinto, me puse a hacer cosas. Sentía la necesidad de estar en movimiento pues si me relajaba o detenía las contracciones paraban y yo lo que deseaba intensamente era conocer a mi bebé, era parir.
Salimos a caminar mi esposo, mi nena y yo. Dimos dos vueltas a la manzana y las contracciones, aparte de ser más fuertes, eran más constantes, era realmente motivante. Regresamos a casa y mi partera estaba sentada en la mesa platicando con mi madre mientras ella cocinaba. Me encantó estar en mi casa, en un día como todos los demás, un día cotidiano y al mismo tiempo grandioso. Decidimos, mi esposo y yo, hacer pan español (claro, guiados y motivados por nuestra partera). Así que manos a la obra, comenzamos por reunir los ingredientes, revolverlos, amasarlos y estábamos en eso cuando las contracciones se hicieron sentir con mucho más poder.
Recordé como era el dolor de las contracciones intensas de mi primer parto y pensé “ya llego el gran momento”, sentí miedo por un instante y después me sentí muy excitada, fuerte, eufórica con una actitud de reto ante el dolor, como si le dijese: ven con todo, no te tengo miedo, de cualquier forma voy a tener a mi bebé y fue ahí que me entregue apasionadamente al dolor.
Las primeras contracciones intensas las navegaba recargada en la barra de la cocina y balanceando mi cadera de un lado a otro. Recuerdo que mi niña pasaba por debajo de mi panza cantando a la víbora de la mar. Cuando la contracción pasaba todo volvía a la normalidad y seguíamos platicando mientras mi esposo terminaba con el pan y mi madre de cocinar. ¡Qué día tan encantador, tan lleno de luz! Así seguí con las contracciones que eran cada vez más cercanas una de otra, y cada vez más intensas, hasta que nuevamente recurrimos a la ayuda del fular. Colocamos un fular en el lugar del columpio de mi niña, amarrado a una armella en el techo y comencé a arrullarme en él, colgada de mis brazos. Dejaba caer el peso sobre una pierna y después sobre la otra, tratando de sentir y buscar diferentes posiciones para aligerar el dolor. Así trabaje por ¾ de hora. Las contracciones con su fuerza comenzaron a querer revolcarme y yo, en cada contracción, me aferraba al fular. Lo enrollaba en mis brazos y dejaba caer todo mi peso en el centro de mi cuerpo con las piernas abiertas, cediendo al dolor, al miedo, al placer, al deseo, al amor.
Y poco a poco, en cada contracción, y enredada en el fular me dejaba llevar por estas locas olas de emociones. No puse resistencia alguna a abrirme y digo abrirme en todos los sentidos, abrir mis piernas, mi vagina, mi estómago, mi corazón, mis brazos, mi garganta, mi boca, mis ojos, mi mente. Abrirme al amor, a la vida, a dar vida.
Grité, grité como fiera, como un oso diría mi niña tiempo después. Y También gritó mi hijo hermoso, y hermoso fue escuchar su llanto como si fuera un gritó de triunfo. Ahí estaba mi bebé, en los brazos de su papá, llorando, aún unido a mi por el cordón umbilical.
Lo había tenido nueve meses en mi vientre y ahora por fin lo tenía en mis brazos. Los dos sabíamos que había valido la pena. Los dos sabíamos que cada contracción había sido dolorosa pero necesaria.
Espero les haya gustado leer mi experiencia. De igual forma, me encantaría leer sus comentarios e invitarlas a compartir sus experiencias de embarazo y parto. Les deseo lo mejor para ustedes y sus familias.
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